América Latina vive hoy un viraje tanto de sus sociedades, como de sus gobiernos, y población en general, hacia posiciones cada vez más de izquierda. Es decir, un difícil tránsito, pues ha pasado desde el predominio de dictaduras militares, o longevos regímenes de partido de Estado, o de diversas formas de gobiernos conservadores y neoliberales, hacia posibles formas de autogobierno populares y nuevas estructuras políticas.
Esta expresión política manifestada en los movimientos sociales, se da por la insatisfacción de ver el continente hundido en la pobreza y la exclusión social, así como un medio ambiente agredido y en gran parte destruido. Estas manifestaciones han sido muy variadas: va desde la insurgencia zapatista de Chiapas hasta las movilizaciones de diciembre en la Argentina que derrocaron al gobierno de Fernando de la Rúa, así como las insurrecciones indígenas y campesinas del Ecuador, las protestas urbanas en el Perú que precipitó la caída de Alberto Fujimori, la nueva insurgencia popular en Bolivia, vinculada a la lucha por los recursos naturales.
Estamos entonces, ante la presencia de nuevos actores sociales, que rompen con las viejas tradiciones, pues no se trata de los antiguos movimientos de origen estructural, ni tampoco de partidos de masa.
Los actuales movimientos sociales de América Latina presentan una serie de nuevas características, entre otras, territorialización, autonomía del estado y de los partidos políticos, reafirmación de sus culturas e identidades, un nuevo papel de las mujeres, rechazo a las formas de organización piramidal, y nuevas formas de acción.
Es el caso del MST en Brasil que crea sus propios “islotes productivos” (asentamientos), de los indígenas ecuatorianos que reconstruyen y recuperan ancestrales territorios étnicos, o de las comunidades indígenas neozapatistas que han creado un proyecto autónomo de salud, educación y proyectos productivos, o en algunas comunidades indígenas de Bolivia, donde se autogobierna creando espacios autónomos.
De este modo, vemos que el mayor potencial de los movimientos sociales no está en sus capacidades para incidir sobre los sistemas políticos de la región, débilmente democráticos, sino en sus capacidades para producir cambios en la sociedad desde sus propias bases.
Por tanto, me parece que uno de los principales retos de los nuevos actores sociales es el de articular luchas y propuestas, que sean capaces de llevar a Latinoamérica hacia un transformación social desde abajo. Donde se cree un otro mundo, no capitalista, no explotador, sin discriminación, ni desigualdad, ni despotismo.
Esta expresión política manifestada en los movimientos sociales, se da por la insatisfacción de ver el continente hundido en la pobreza y la exclusión social, así como un medio ambiente agredido y en gran parte destruido. Estas manifestaciones han sido muy variadas: va desde la insurgencia zapatista de Chiapas hasta las movilizaciones de diciembre en la Argentina que derrocaron al gobierno de Fernando de la Rúa, así como las insurrecciones indígenas y campesinas del Ecuador, las protestas urbanas en el Perú que precipitó la caída de Alberto Fujimori, la nueva insurgencia popular en Bolivia, vinculada a la lucha por los recursos naturales.
Estamos entonces, ante la presencia de nuevos actores sociales, que rompen con las viejas tradiciones, pues no se trata de los antiguos movimientos de origen estructural, ni tampoco de partidos de masa.
Los actuales movimientos sociales de América Latina presentan una serie de nuevas características, entre otras, territorialización, autonomía del estado y de los partidos políticos, reafirmación de sus culturas e identidades, un nuevo papel de las mujeres, rechazo a las formas de organización piramidal, y nuevas formas de acción.
Es el caso del MST en Brasil que crea sus propios “islotes productivos” (asentamientos), de los indígenas ecuatorianos que reconstruyen y recuperan ancestrales territorios étnicos, o de las comunidades indígenas neozapatistas que han creado un proyecto autónomo de salud, educación y proyectos productivos, o en algunas comunidades indígenas de Bolivia, donde se autogobierna creando espacios autónomos.
De este modo, vemos que el mayor potencial de los movimientos sociales no está en sus capacidades para incidir sobre los sistemas políticos de la región, débilmente democráticos, sino en sus capacidades para producir cambios en la sociedad desde sus propias bases.
Por tanto, me parece que uno de los principales retos de los nuevos actores sociales es el de articular luchas y propuestas, que sean capaces de llevar a Latinoamérica hacia un transformación social desde abajo. Donde se cree un otro mundo, no capitalista, no explotador, sin discriminación, ni desigualdad, ni despotismo.
L. García