26 de abril de 2011

Las zonas francas: industria de explotación femenina



Muchas veces los consumidores no nos damos cuenta que cuando compramos una prenda de vestir, talvez estamos comprando la explotación de un obrero (a) indígena, de una costurera indígena, o estamos comprando la destrucción de nuestro medio ambiente.

En América Latina, uno de los problemas más lacerantes es la actitud permisiva de los gobiernos que potencian la sobreexplotación laboral de miles de trabajadores, pero sobre todo de mujeres trabajadoras, nos referimos en concreto a la industria maquiladora, la cual se ha expandido a través de la creación de zonas francas o zonas procesadoras de exportación, en países donde la mano de obra es barata y, además, se otorgan exoneraciones de impuestos y aranceles para facilitar la creación de dichas zonas.

Las maquiladoras por la misma naturaleza del trabajo productivo que representan se encuentran más interesadas en un supuesto servicio laboral sin interrupciones o mermas, por lo que buscan instalar estas industrias en países ajenos a las normas laborales que protejan a las personas que ahí laboran, esto genera que como norma no escrita en cada país se obstaculice el derecho humano a la organización sindical.

Es el caso de El Salvador, donde existe una fuerte concentración, sectorial y espacial, de las actividades de la maquila en el sector textil. La concentración en las actividades textiles se encuentra más difundida entre las empresas de capital extranjero: el 88% de las empresas extranjeras se ubican en la maquila textil, donde las empresas de origen coreano y taiwanés son las que tienen mayor presencia. Pero también, las empresas de capital salvadoreño son subcontratadas por los fabricantes norteamericanos, ya que dependen de éstos para el suministro de materia prima y tecnología, así como para la organización de la producción, el control de calidad y los ritmos de trabajo, a excepción de la contratación de la fuerza de trabajo.
Por otra parte, el 78% del empleo total, en esta industria, es femenino y los niveles de ingreso están vinculados a las destrezas y habilidades manuales y no a los conocimientos o capacitación profesional de las operarias. Una práctica común de las empresas de la maquila es despedir a las trabajadoras al finalizar el año, la finalidad es de reducir los costos salariales (vacaciones y aguinaldo) correspondientes al pago por antigüedad.
En las zonas francas no existen los derechos laborales de sindicalización ni, en consecuencia, el de la negociación colectiva. Una de las garantías para el fomento de las empresas y plantas maquiladoras es la inexistencia de un marco de contrato colectivo obligatorio. A esta característica, se agrega la represión sindical como mecanismo de control patronal sobre el proceso de trabajo.
Un ejemplo de ello, es la existencia de “listas negras” que impiden encontrar un trabajo a las obreras despedidas por intentos de organización sindical, hasta el punto de que el Ministerio de Trabajo emite una especie de “certificado de buena conducta” que se asegura que la persona concerniente no ha participado en ningún esfuerzo de organización sindical.

Por otra parte, el Estado de Honduras ha aprobado leyes que permiten la libre instalación de empresas maquiladoras exonerándolas de pago de impuestos, contribuciones y tasas, aún así no vigila ni controla las condiciones de trabajo, es decir, sólo permite el libre tránsito de las empresas, pero no inspecciona las condiciones en cuanto a jornadas de trabajo, metas de producción elevadas, posturas forzadas, movimientos repetitivos o exposición a vibraciones y altas temperaturas. Por lo tanto, no se obliga al patrono infractor a cambiar y mejorar las condiciones de trabajo como lo aconsejan los parámetros nacionales e internacionales.

La discriminación son muchas. Desde su reclutamiento, en cuanto a la práctica de revisión del cuerpo, exámenes sanguíneos y otros. Tienen dificultades para ser contratadas, si son mayores de 30 años, tienen varices, sobrepeso y si han tenido operaciones de cesárea.
Las mujeres de la maquila son mujeres jóvenes y en su mayoría solo han cursado la educación primaria. Son migrantes del interior del país. Trabajadoras que no han tenido experiencia organizativa, y una vez incorporadas al trabajo asalariado viene la imposición de metas elevadas de producción, jornadas de trabajo de hasta 10 o 14 horas diarias de lunes a sábado y para cumplir con la meta hasta el día domingo, sin prestaciones laborales ni pago de horas extras, e incluso en algunos casos los patronos no las dejan ir al sanitario, contrayendo así infecciones en vías urinarias, los jefes las maltratan y las acosan sexualmente, entre otras violaciones de sus derechos laborales. Asimismo, el contacto con sustancias nocivas y las obligadas posturas inadecuadas, les provocan igual enfermedades respiratorias, hipertensión arterial y problemas musculares. Y, una vez que las maquilas cumplen los 10 primeros años de actividad, cierran y se instalan en otro lugar con otro nombre y el ciclo recomienza.

A pesar de ello, los gobiernos de los países centroamericanos y otros, insisten en las presuntas bondades de trabajar en las maquilas ante la incapacidad de generar empleos en otros sectores.

Esta es la fórmula perversa del libre mercado. Industrias apoyadas por las cámaras de comercio y la industria del vestido.

Lourdes García