18 de mayo de 2010

La Rinconada: Entre el fango y el oro



En la ciudad de Juliaca, cercana a Puno (Perú) ciudad del altiplano andino situada a 3,850 metros sobre el nivel del mar, en las orillas del lago Titicaca, hay autobuses que parten hacia el pueblo minero llamado La Rinconada.


Llegando a Juliaca, de día hace más frío que en Puno, mientras que de noche el termómetro desciende a -5 grados Celsius.


Podemos ver vendedores de maíz tostado que se amontonan alrededor del bus que nos conduce a la sierra, mientras uno intenta acomodarse dentro del bus rodeados de jaulas de gallinas y paquetes voluminosos.


Una vez en la carretera llena de huecos y riachuelos transversales, el autobús va muy rápido y las vibraciones son tan fuertes que los viajeros saltan de vez en sus asientos y los paquetes caen con frecuencia al suelo. En poco tiempo, el interior del bus se llena de polvo y la temperatura baja precipitadamente. Ya en el altiplano, a aproximadamente 4600 metros sobre el nivel del mar, el paisaje se vuelca, se puede ver el Nevado Ananea de 5850 metros sobre el nivel del mar, cuya cima sobresale indiscutiblemente.


Llegando a La Rinconada, en todos los alrededores se pueden observar grandes huecos, como si la tierra fuera un enorme gruyer. De estas fosas se extrae el mineral del cual se saca oro después de un procedimiento especial.


El camión se detiene en Ananea, capital del municipio que comprende también a La Rinconada. Ananea se encuentra a aproximadamente 4800 metros sobre el nivel del mar. Se pueden ver excavadoras y perforadoras, que sirven para transportar grandes cantidades de mineral.


Después de pocos minutos proseguimos el viaje, se puede observar un lago, lamentablemente muy contaminado de mercurio y antimonio, necesarios para la extracción del oro.

El camión continúa subiendo y la mirada recae en el enorme glaciar Ananea, preciosísima fuente de agua pura. Justo bajo el glaciar está La Rinconada, la cual, estando situada a 5400 metros sobre el nivel del mar, es el pueblo más alto del mundo. Tiene una población aproximada de 11 000 habitantes.


Una vez en la explanada principal de La Rinconada se siente una enorme dificultad de respirar debido a la altura y al frío punzante que da la bienvenida a este pueblo minero.


Entonces surge la pregunta de por qué una aldea fue construida al lado de un glaciar. La razón es simple: la mayoría de los 27.000 habitantes eran pobres campesinos del altiplano que se transfirieron a La Rinconada con la ilusión de enriquecerse. Ocuparon un pedazo de montaña y allí construyeron su propia casa, hecha de láminas de zinc, ladrillos y totora. Sacan el mineral de profundos túneles en las proximidades de su hogar y luego lo procesan para extraer oro del mismo. La mayoría de ellos no está al día con los permisos ni con los impuestos peruanos y por tanto, vende el codiciado metal a comerciantes informales que, a su vez, lo revenden en los mercados de Juliaca.


Casi ninguno se enriquece, y los mineros sobreviven en un extraño universo paralelo y gélido. En efecto, la temperatura, a causa de la elevada altitud, desciende a -23 grados Celsius de noche, mientras que de día no supera los 10 grados.


Las condiciones de vida son muy difíciles, ya que aún estando a menos de 600 metros en línea recta del enorme glaciar, en el pueblo no hay agua corriente. Para lavarse, utilizan recipientes de agua helada, la cual de noche se congela. El agua proviene de Ananea, pero no está canalizada en tuberías, sino que se vende en cubos. Algunos la acumulan en los techos de sus cabañas, pero el zinc del que están fabricados la contaminan y quien la bebe, evidentemente se arriesga.


Además, en La Rinconada no hay alcantarillado. Hay baños públicos, que en realidad son “pozos negros”, los cuales deben ser vaciados con frecuencia. No se entiende como es posible, para un pueblo construido literalmente en una mina de oro, no tener agua corriente ni alcantarillas. Así, aún a pesar de estas condiciones la gente no se ha reunido nunca para formar algún comité que se dedique a mejorar las condiciones del pueblo.


Otro aspecto desconcertante de la vida de este centro minero es la falta total de algún tipo de calefacción. A decir verdad, también en Juliaca o en Puno (ciudades bien frías), ninguno utiliza calefacción central ni simples estufas de leña. Esto sucede, en parte, porque la leña no abunda, pero también porque los peruanos están acostumbrados a dormir con muchas cobijas y extrañamente, no sienten la necesidad de una estufa. La estancia en los “hoteles” es difícil ya de por si por el frío, que por 7 soles (3 dólares), ofrecen una cama con 5 o 6 cobijas en una habitación de 2 x 1,5 metros. Para orinar se debe salir (de mucha ayuda es la clásica bacinilla de noche), pero teóricamente, para otras necesidades, se tendría que ir al baño público, ubicado en la calle, a unos 200 metros del hotel.


Los problemas de vivir en el pueblo de la mina de oro más alto del mundo no se han acabado: la mayoría de la gente construyó su propia casa precariamente, sin los fundamentos apropiados y por tanto, el peligro de que se desmoronen o se derrumben es constante. En el poblado no existe un servicio para deshacerse de los residuos, lo más grave es que pareciera que a nadie le importa, puesto que cerca a la escuela hay un gran basurero donde los niños juegan junto a perros, llamas y alpacas.


La situación sanitaria es precaria, dado que muchos mineros sufren de cólicos, fuertes dolores de cabeza y náuseas a causa del mercurio utilizado en el proceso de extracción del oro. Muchos niños tienen diarrea crónica por falta de agua corriente y servicios higiénicos básicos.


Andando en la noche la mayoría de los oscuros antros iluminados por lúgubres luces rojas son sórdidos prostíbulos donde a menudo trabajan jóvenes menores de edad que provienen de varias ciudades de Perú. Caminar de noche en La Rinconada no es muy seguro porque hay pocos policías y mucho alcoholismo. Hay constantes peleas que a veces terminan en cuchilladas.


La falta de oxígeno, el frío punzante y los persistentes pregones de los vendedores de tiquetes de autobús hacia Juliaca, no permite conciliar el sueño.


En La Rinconada hay varias cooperativas cuyos socios son los concesionarios de las diferentes galerías subterráneas. La vida laboral de los mineros se rige por el llamado sistema de cachorreo, que consiste en trabajar todo un día sacando oro para un empleador, quien por pago no le da alimentos ni dinero a su eventual trabajador, sino la oportunidad de buscar durante todo el día siguiente, el mineral que pueda sacar.


El trabajo entonces, se hace penoso e intenso. Los hombres combaten el cansancio y el frío mortal del hielo chacchando coca, mientras acarrean decenas de kilos de mineral en la espalda, y las mujeres y niños pallaquean o seleccionan posibles champas de mineral escarbando en el desmonte, antes de molerlo en los quimbaletes.


El mineral obtenido luego de horas enteras de pico y pala es sometido a un particular procedimiento. Inicialmente, es machacado en morteros especiales para separarlo de las piedras. A continuación se le agrega el mercurio, que se adhiere al oro formando una amalgama. Recalentándola, se obtiene finalmente el oro, puesto que éste se separa del mercurio cuando se le somete a elevadas temperaturas. Por lo general, después de este proceso, se obtiene un gramo de oro de aproximadamente 50 kilos de material.


Por otra parte, en el mercado de La Rinconada se vende carne de gallina, cerveza, patatas, quinua, pero también camisetas, edredones, cobijas, botas e instrumentos para cavar: palas, picos, cascos, cuerdas, lámparas, etc. Con frecuencia, estos negocios son propiedad de los mismos comerciantes que compran oro a precios sumamente bajos, con el fin de lucrarse posteriormente de las reventas en las ciudades.


La Rinconada parece ser un círculo vicioso, donde nadie logra enriquecerse pero todos sobreviven, un grotesco círculo dantesco donde cada uno sueña con su El Dorado resplandeciente, para después encontrarse, en cambio, con la dura realidad de una vida de privaciones, en la total carencia de seguridad laboral, social y sanitaria.


"Buscar oro aquí es la única oportunidad que he encontrado para ganarme la vida y mantener a mi esposa y dos hijos'', dijo el minero informal, mientras se refugia con su familia del aire helado de la puna bajo una carpa de palos y rasgados plásticos.


Y es que en Perú, octavo productor mundial de oro, donde escasean los trabajos y más de la mitad de sus 26 millones de habitantes viven con $1.25 dólares por día, muchas personas deben hacer milagros para llevarse un pan a la boca.


Así, en un buen día de trabajo un minero puede sacar hasta cuatro gramos de oro y cobrar hasta $6 dólares por gramo, pero en uno muy malo, que son la mayoría, nada, salvo un agudo dolor de espalda y los llantos de reclamo de los hambrientos hijos.


Lourdes García