Los migrantes sólo tienen en su mente un objetivo: cumplir el “sueño americano”. Cada año, un millón de centroamericanos dejan atrás sus hogares prometiendo a su familia que, a su regreso, “todo será mejor”, pero muchos de ellos se quedan en el intento.
No importa cómo llegar la esperanza es grande, encontrar un trabajo y tener mejores condiciones de vida, es lo más importante, así tengan que arriesgar su propia vida.
Llegan de todas partes de Guatemala, Honduras y El Salvador, el punto de partida es la estación de Tapachula, en Chiapas, México, para abordar el tren que creen será su pasaje a una vida nueva, con un poco de dinero y, sobre todo un sueño, es suficiente.
Durante su viaje, enfrentan muchos peligros como los agentes de migración, las maras y los propios del tren en sí. Muchos logran llegar al norte, pero ese mismo tren deja a muchos otros a la suerte, con corazones rotos, amputaciones o macheteados en la línea férrea.
La mayoría de los indocumentados centroamericanos atraviesa México a bordo del ferrocarril que conecta a los estados del sureste, conocido como “el tren de la muerte”, por los peligros que corren los migrantes que viajan como polizones encima de sus vagones.
Sin embargo, en su camino, varios de ellos han sido secuestrados en el sur del Estado de Veracruz. Esta parte del territorio mexicano, funge como corredor migratorio entre las ciudades de Tenosique y Coatzacoalcos, el cual se ha convertido en uno de los puntos críticos para los migrantes centroamericanos, ya que aproximadamente casi tres mil centroamericanos (según un informe de la CNDH para 2009) fueron secuestrados en las colonias cercanas a las vías del ferrocarril que conecta con Medias Aguas, donde se ha instalado toda una industria que vive de los migrantes: posadas baratas y fondas son lo que abunda.
Muy cerca, también se han instalado las casas de migrantes de la iglesia católica, pero llegar hasta ahí representa todo un reto, ya que muchos de los secuestros se presentan en el acceso al municipio.
Existen varios grupos delictivos en esta región de México los secuestradores de migrantes lo hacen con el propósito de conseguir información de sus familiares en Estados Unidos y sus países de origen, para exigirles por su liberación cantidades que oscilan entre los 2.5000 y los 5.000 dólares.
El 90% de estas bandas delinquen en el estado sureño de Chiapas, fronterizo con Guatemala, donde cometen toda clase de crímenes.
Por otra parte, las “maras” que son bandas de centroamericanos, principalmente salvadoreños y hondureños, constituidas inicialmente en EE.UU., suelen desplazarse en trenes de carga que circulan por el sur de México, los mismos que usan los migrantes indocumentados, éstos tienden a establecer relaciones con organizaciones mexicanas de traficantes de narcóticos, además de vincularse con estos grupos para la trata de personas, asaltos, extorsiones, homicidios, secuestros, violaciones y falsificación de documentos.
Según el informe de la CNDH, el 55 por ciento de los secuestros se realizaron, sólo para 2009, en los estados del sur del país; el 11.08 por ciento en las entidades del norte; y el 1.2 en la zona centro. Los estados de Veracruz y Tabasco van a la cabeza de los plagios realizados. Los casos en el resto de las entidades son: Tamaulipas con 912; Puebla 92; Oaxaca 52; Sonora 45; Coahuila 17; San Luis Potosí 15; Estado de México 6; Guanajuato; Nuevo León y Tlaxcala 5 casos cada uno. El 67 por ciento de los secuestrados procedían de Honduras; el 8 por ciento eran salvadoreños; y el 13 por ciento guatemaltecos, también se han detectado migrantes secuestrados procedentes de Nicaragua, Ecuador, Brasil, Chile, Costa Rica y Perú.
Los migrantes secuestrados han revelado el madrinaje entre la delincuencia y los policías de diversas corporaciones: federales, estatales y municipales, e incluso algunos hablan de posibles militares inmiscuidos en la “industria” del secuestro.
Lourdes García
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